Los cristales estaban tan empañados que no podía ver dónde estábamos. Además era de noche y sentía el frío de la niebla calando mis huesos. Había dejado de tener miedo, ya no lloraba y mis gemidos se habían vuelto mudos.
Lo único que sabía es que había montado en aquel tranvía con un único destino, un final que aunque no me había resignado a acatar, era demasiado evidente.
Sabía que la última parada suponía una vida que no había decidido. Quizá podría escapar, pero había visto el terror de las otras chicas en su mirada y la desgana de su alma.
Fue entonces cuando aquel tranvía me escuchó y me habló, me ofreció la única salida y yo acaté complacida. Salté con el valor de los cobardes y la cobardía de los valientes.
Lo único que sabía es que había montado en aquel tranvía con un único destino, un final que aunque no me había resignado a acatar, era demasiado evidente.
Sabía que la última parada suponía una vida que no había decidido. Quizá podría escapar, pero había visto el terror de las otras chicas en su mirada y la desgana de su alma.
Fue entonces cuando aquel tranvía me escuchó y me habló, me ofreció la única salida y yo acaté complacida. Salté con el valor de los cobardes y la cobardía de los valientes.
2 comentarios:
Acabo de descubrir tu blog. Buen relato y bonito blog. Saludos!!!
Vale, pero no saltes de verdad, ¿quieres?
Un beso.
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